La esquina de los gatos

Charles, así le dicen todos, es el más querido y mimado, de la lujosa residencia ubicada entre la Rue Truffaut y la Rue La Condamine. Todo el mundo le dice “Le Petit Dragón”, por su humor algo veleidoso.

Es grande pero no robusta, su pelo es dorado, y sus ojos de un verde esmeralda. Charles es atendido como todo un rey; se le sirven sus tres comidas en su enorme cama, de su aun más enorme dormitorio. Tiene todo lo que alguien podría desear pero sabe que le falta algo y por eso el realiza aquellas incursiones en el París nocturno.

Justo antes de llegar al cruce con la Rue de Rome en toda la esquina Charles puede ver a un sinnúmero de gatos negros unidos en una esquina. Y cada noche que él sale los ve ahí como un aquelarre felino. Luego sigue y se abre camino por todo parís para buscar con tanta desesperación aquello que le falta.

Una noche Charles escucho un hermoso sonido, aquello era un dulce canto de sirena. Se sintió Ulises arrastrado a las rocas, camino y no contento con eso corrió hasta hallar la fuente de aquel sonido policromático. Al fin la encontró, era hermosa, delgada con sus piernas largas y atleticas, su pelo negro como el azabache; como los gatos que siempre observaba, sus ojos profundas granates que hipnotizan.
No supo cuanto tiempo estuvo escuchando aquella voz, se imagino que le contaba de su viajes nocturnos por la ciudad, de todo lo que vio y por supuesto de la esquina de los gatos negros. Se acerco y trepo hasta el balcón donde se encontraba ella. Despacio la vio y quiso hablarle.

“miau” fue el único sonido que pudo emitir Charles. La hermosa mujer lo abrasó y los besó.

“soy Mary y desde hoy serás mi amigo y confidente !hermoso¡” luego vio la placa con el nombre Charles en su cuello . Ella sonrió y dijo “te llamas igual que mi amado”.

Charles comprendía que ella jamás podría oír sus historias, no correspondería a su amor. Se soltó y se dejó ir, vago toda la noche y al rayar el alba llego a su casa.

Ese día charles no comió nada; al llegar la noche antes de salir paso por la chimenea y se lleno de hollín por todo el cuerpo. Camino hasta la esquina de los gatos y al ser casi tan negro como ellos, fue aceptado en aquel coro de lamentos felinos.

Comentarios

Buen cuento, me gustó..

sólo lo de siempre, ya sabes jajaja

Entradas populares de este blog

Recuerdos de lanchas y fritada

El naranjo encantado

La Búsqueda de Nike