El naranjo encantado

Muchos creen que las leyendas son solo cuentos para asustar gente, otros creemos que tiene parte de verdad y parte de mito; pero solo unos pocos creen que son verdad, por la simple y sencilla razón de que vivieron en carne propia esa leyenda.

Stalin es de esos muchachos que por casualidades del destino lo vivo en carne propio. Me entere de esta leyenda por su propia boca un verano mientras jugábamos futbol en una de las canchas del cerro del Carmen.

Mientras tomábamos un respiro Stalin señalo hacia unos enormes tanques de agua en la punta del cerro y me dijo .

-Vez esos tanques de agua en la punta del cerro

-Los veo- dije sin mayor importancia pero mirando fijamente. – ¿Y para que sirven?- pregunte con tono despectivo.

Stalin me miro sonriente y dijo –ahora para nada pero antes daban agua a todo el cerro y a parte de Guayaquil-

Mire de nuevo los tanques, esta vez con una mirada mas fresca y curiosa, como la de un niño cuando descubre algo por primera vez, mis ojos tenían ese brillo distintivo de la curiosidad y Stalin lo noto y me dijo –pero esa no es toda la historia, hay otra que solo pocas personas sabemos y te la contare- finalizo Stalin y me jalo de la camiseta para que lo siguiera.

Avanzamos por los callejones del cerro y llegamos hasta las bases de los enormes tanques, yo quede más que impresionado, 16 años y nunca me fije en los tanques en la cima del cerro pero, los tenia en frente.

-ves las bases y los espacios que hay entre ellas- me pregunto Stalin.

Yo solo asentí con la cabeza afirmativamente mientras imaginaba como seria jugar entre las bases de los tanques. Podría imaginarme jugando policías y ladrones, o a los exploradores.

Stalin rompió mi pacifica fantasía con una palabra que me helo la sangre -¡AQUÍ PENAN!-

De repente me llene de un gran temor y de una gran curiosidad, me atreví a preguntarle como sabia eso y el me conto el siguiente relato.

-Tenia 9 años cuando estaba jugando con Vicente un amigo de la infancia, de repente vio un resplandor en una de las esquinas y me llamo, yo acudió de inmediato.

Era una especie de hueco por el cual podíamos bajar, así que decidimos ir por una soga y unas linternas. De regreso al agujero solo conseguimos una cuerda muy larga y una linterna, así que sorteamos y yo gane el derecho de entrar a la cueva mientras Vicente cuidaba la parte exterior.

Descendí rápidamente por el agujero y pase varios caminos en Y. En apenas tres minutos estaba en el centro de habitación con un naranjo gigante, y las más grandes naranjas, le grite a Vicente lo que había visto y que las naranjas se veían sabrosas.

Decidí coger unas mientras Vicente me gritaba que le levara unas cuantas, tenia la funda en la que traje la soga así que metí hay las naranjas y me puse de regreso. Seguí la soga y pasaron 5 minutos pero no veía la luz, desesperado le grita a Vicente que jalara al cuerda al a que repondría que la jalaba con todas sus fuerzas, corrí desesperado y mi sorpresa fue grande cuando llegue a la habitación con el naranjo. Estaba cansado y decidí comer una naranja; paro antes de hacerlo la voz de un adulto me grito que no coma nada, que deje las naranjas de hay y salga corriendo; en tres minutos estuve fuera y don Carlos el tendero me dijo entre asustado y molesto que jamás vuelva a entrar hay.

Me conto que ese era el naranjo sagrado de los huancavilcas y nadie podía tocar sus frutos; que muchos chicos se perdieron desde que se fundo la ciudad en el cerro.

Al día siguiente fui al mismo lugar pero no había señales de la cueva- y callo con un silencio de sepulcro.

por mi parte vi el espacio con espanto y curiosidad. Cuando sentí que Stalin me jalo nuevamente de la camiseta.

-vamos a ver si ya están jugando- y se dirigió nuevamente a la cancha.

Vi por última vez los tanque, (ya que jamás he vuelto a ese lugar) y gritándo le dije a Stalin -¡pilas ya te alcanzo!

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